miércoles, 31 de octubre de 2007

Historias Secundarias

Sería el mes de Abril de 1986, no recuerdo exactamente la fecha, pero seguro era ese año. Las clases habían empezado en Marzo y aun no nos conocíamos demasiado entre los compañeros. Se habían incorporado unos cuantos nuevos, algunos provenían de diferentes divisiones de segundo año, otros venían de otros Colegios y algunos pocos, simplemente eran repetidores.
Aún no estaban conformados los grupos que normalmente se forman a partir de afinidades y liderazgos, como en cualquier equipo de trabajo o grupo humano. Aunque la diversidad de perfiles y caracteres podía presagiar que no reinaría precisamente la tranquilidad y el compañerismo, el devenir del tiempo nos sorprendería a todos. Aquella división de tercer año fue la base de un gran grupo humano.
Creo particularmente, y con la buena perspectiva que nos da el paso del tiempo, que el incidente que quiero contarles fue un punto de inflexión importante en la consolidación de aquel grupo. Algo así como la gota que rebasó el vaso de agua o el dato fáctico, que sin ser individualmente de mucha entidad, desencadenó una serie de acontecimientos posteriores que marcaron la historia.
En este caso, nuestra historia, la de nuestra adolescencia.

Ese día, como todos llegué a las 7:40 horas aproximadamente.
Era común llegar sobre la hora para no tener que esperar en la puerta del Colegio o a veces en el patio. En Abril comenzaba a apretar el frío prematuro del otoño y ese día, mientras desayunaba en casa, la voz de Víctor Abel Jiménez en “Buenos días, Señor día” había pronosticado chaparrones por la mañana.
Cuando el día estaba tormentoso la Directora del Colegio ordenaba que formáramos filas en el interior del edificio, junto a la puerta de entrada de cada aula. Una vez formadas las filas y vigilados por nuestros preceptores, salían los “privilegiados” abanderados a izar la bandera, mientras todos entonábamos “Aurora” a capella, dado que no tenía el Colegio un dispositivo de sonido que pudiera escucharse en todo el ambiente.
En los días más crudos del invierno, mientras cantábamos “Aurora” me felicitaba a mi mismo por no ser abanderado y tener que soportar las heladas matinales para “gozar del privilegio” de izar la enseña patria desteñida y desgarrada por el oxidado mástil y sus débiles sogas. Algunas veces, en los tiempos muertos o en los recreos, simulábamos ser abanderados, y el roce de las cuerdas del mástil en las manos heladas constituían un elemento de tortura medieval.

Fui directamente hacía el aula, dejé mi carpeta sobre el pupitre y Salí al pasillo a esperar que sonara el timbre que nos ordenara formar filas.
Nuestra aula estaba ubicada justo al lado de la Sala de Profesores y a pocos metros del despacho de la Directora. Eso tenía su ventaja. Nosotros éramos los primeros en enterarnos cuando un profesor llegaba al Colegio y si alguno no había estudiado para una prueba, podía “ratearse” esa hora en el baño o donde mejor pudiera esconderse.
También es cierto que al ser el paso obligado para todos los docentes del Colegio estábamos más expuestos que nadie a ser vistos en algún acto de indisciplina.
En pocos segundos formamos la fila. A mi me tocaba siempre ser el ultimo, dada mi estatura y eso siempre me resultó bastante aburrido, tanto en la primaria como en la secundaria, aunque en este caso siempre quedaba a la altura de la puerta de la sala de profesores y eso me permitía curiosear bastante. Delante de mí se ubicaban indistintamente “Hurry” Cruz o el “Turco” Martin Arrighini. Al primero lo conocía muy poco; Es más, creo que en aquel momento aun no lo habíamos bautizado con ese apodo; Porque fue aquel año cuando creamos un gran número de “sobrenombres”.
Al “Turco” lo conocía porque él era un tipo muy popular a fuerza de recorrer los pasillos del Colegio durante los recreos y saludar a todo el que se le cruzara por el camino. Usaba una campera de jeans con la cara de John Lennon en la espalda lo cual le daba un aire muy sesentista. Había repetido tercer año, y durante los primeros días de clase del nuevo curso escolar, por esas reglas no escritas que hay en todos los ámbitos de la vida, el “Turco” gozaba de cierto respeto por el mero hecho de ser repetidor.
En aquel entonces había cierta disciplina en los Colegios y también ciertos códigos entre los adolescentes. Quienes ingresaban a primer año eran casi niños y quienes estaban en cuarto o quinto año eran casi hombres, según el prisma de cada uno de estos. Nosotros, en ese momento transitábamos el camino entre la niñez y la adultez, y el “Turco” aparentemente, estaba un paso más adelante que el resto.
Iríamos por la segunda estrofa de “Aurora” cuando escuche algunos gritos que venían del pasillo que quedaba a mis espaldas. Me pareció muy extraño, dado que aún cuando se produjera algún acto de indisciplina durante esos instantes, los preceptores esperaban a que la bandera estuviera izada para amedrentar al eventual indisciplinado.
Apenas unos segundos después los gritos eran acompañados de pasos que retumbaban muy fuertemente a pocos metros de mi retaguardia. Por esa razón me giré.
Cuando acababa de realizar el movimiento de cuello, pasó a mi lado, como una exhalación un hombre con visibles intenciones de sorprender al “Turco”.
Detrás del individuo, la Directora del Colegio profería gritos ininteligibles. No pude descifrar en ese momento, el contenido de sus dichos, aunque supuse que no era una visita programada.
Al instante todos los compañeros se quedaron petrificados. No comprendíamos el significado de aquella extraña e intempestiva presencia.
En cuestión de décimas de segundos aquel hombre de estatura mediana y físico atlético alcanzo el rostro de Arrighini con un certero puñetazo al maxilar que la víctima pudo esquivar a medias.

El momento elegido no fue muy patriótico. Y me hubiera gustado poder observar la actitud de los abanderados allí afuera, en el patio, al escuchar gritos y corridas en el interior del edificio.
Justo cuando los compañeros mas cercanos nos disponíamos a asistir al “Turco” y a separar al desconocido agresor, se escucho claramente una frase de la Directora de la institución, Sra. Emma de Poggi: "Señor, estamos izando la enseña patria no sea irrespetuoso…"-y el tipo se quedó electrizado.
¿Que significado habrán tenido aquellas palabras en aquel instante para aquel individuo como para frenarse en seco y esperar quietamente y en silencio el final de “Aurora”, y luego insistir con la agresión?
Respiró aliviado el "Turco", cantó la canción "Aurora" y al final dela melodía musical, los alumnos rompieron filas y el violento visitante se abalanzó repentinamente sobre su presa y lo lastimó mucho más en su honor que en su físico.
El nudo de la pelea se desarrollo en la misma puerta de la Sala de profesores. Muchos compañeros intervinimos para frenar la agresión. Se generó una montaña humana de la cual brotaban manotazos, patadas, gritos de dolor e insultos.
Son muy variadas las versiones de los hechos que motivaron tamañaagresión. Pero la versión más creíble cuenta que días antes, el “Turco” acompañó a una nueva compañera a dar un paseo por el centro de la ciudad. Habíamos salido antes por ausencia de algún docente.
Que mantuvieron una buena conversación a lo largo del paseo. Y la verdad. el “Turco” era un tipo muy solidario con sus compañeros, le gustaba hacer amistades, se le notaba esa necesidad de conocer y hacerse amigo rápidamente. No creo que haya tenido intenciones de levantársela, no estaba buena ni mucho menos, se lo aseguro.
Ella fue quien lo invito a tomar un submarino en alguna cafetería “berreta” de laentonces prestigiosa peatonal San Martín, no recuerdo si fue "Marasca"o "Costa Brava"; Allí departieron, hablaron de sus vidas y sentaronlas bases de una linda relación amistosa que duraría poco tiempo, apenas días, hasta que llego la mañana de Abril que acabo de contarle…
Aquella mañana, después de la agresión, y habiendo recuperado la compostura el ex marido de la nueva compañera contó que tenían una hija, que él le pasaba dinero a ella para que estudiara, dado que había quedado embarazada muy jovencita.
Que era colectivero y que unos días antes circulaba por el centro en su rutinadiaria de llevar y traer pasajeros en su Mercedes Benz 1118, interno23, de la línea 523, que iba desde la banquina de pescadores hasta elbarrio 180. A su paso por Avda. Pedro Luro, el chofer identificó a suex-pareja y a un sujeto de pelo enrulado, botas tejanas y campera dejean con la cara de Lennon en su espalda y carpetas número 3 bajo elsobaco, lo cual lo delataban como estudiante secundario.
Pero lo más extrañó fue aquella actitud en el medio de la pelea. Unos cuantos días, meses después seguimos debatiendo entre nosotros aquella conducta humana reñida con toda la lógica de quien se ha sentido traicionado.
Muchas versiones para una sola escena. Algunos dijeron que cuando se detuvo en la agresión, el tipo se quitó su campera fríamente para encarar más cómodo el segundo round.
Otros, los mas creíbles, dicen que el tipo entonó emocionado la letra de la canción patria, y unos pocos llegaron al extremo de decir que le vieron rodar unas lágrimas, parece ser que era un veterano de la guerra de Malvinas y que “Aurora” fue más importante que su ex mujer por alguna razón que la mayoría desconocemos.

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